miércoles, 3 de agosto de 2011

Cuando tomaba el metro siempre trataba de acomodarse en la ventana. Adhería bien su cabeza contra el vidrio y esperaba a que llegaran las luces y el cemento negro de las estaciones del túnel. Todos la miraban raro, pero a ella no le importaba, porque mientras ellos conversaban con pena sobre la peste que se había instalado en Santiago, ella cerraba los ojos y por unos segundos subterráneos lograba oír el mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario